Diario Perfil 27 de junio de 2010

Aquellas risas perdidas

Florencia Blanco (Montpellier, Francia, 1971) vivió parte de su infancia y juventud en Salta, territorio que fue centro de varias de sus exposiciones. De uno de esos trabajos derivó esta muestra, que puede verse en el C.C. Rojas hasta el 3 de julio, “Fotos al óleo”: donde los viejos retratos anónimos pintados a mano cobran una nueva vida.

Por Daniel Molina

Miramos una foto que nos tomaron en la infancia y reconocemos nuestro recuerdo (ese relato, siempre cambiante, que nos hacemos en el presente), pero ¿qué queda de ese niño en nosotros? No se retrata otra cosa que la destrucción: cada vez que nuestros gestos son registrados se transforman en un signo de lo que se ha perdido ya definitivamente. Quizá por eso es tan difícil mirar los retratos a los ojos.

Las fotos que está exhibiendo Florencia Blanco elevan esta operación al cuadrado. En ellas, retrata retratos. Hace años, cuando estaba realizando las fotografías que iban a formar parte de otra serie (Salteños), Blanco descubrió en muchas casas de Salta los retratos fotográficos pintados al óleo. A partir de allí, comenzó a buscarlos. Se sentía fascinada por esas imágenes que, por lo pronto, se resistían a ser incluidas en sus fotografías. En todas las fotos de Salteños que mostró no aparecen: hacían demasiado ruido.

Florencia Blanco nació en Francia, pero pasó buena parte de su infancia y juventud en Salta. Expone regularmente desde 1997 y ha trabajado (fotografía fija, casting o asistencia de dirección) en varias películas. Entre otras, participó en dos de su amiga Lucrecia Martel: La ciénaga y La niña santa. Algo del clima del nuevo cine argentino hay en la mirada fotográfica de Blanco: aunque no se detiene en lo pintoresco del color local o en la denuncia de la miseria, logra que frente a sus imágenes el espectador se interrogue por todo eso y mucho más.

La fotografía al óleo tuvo su apogeo en América latina hace algo más de medio siglo. Los fotógrafos que usaban esta técnica ampliaban retratos pequeños que poseían los clientes y luego los pintaban con una especie de acuarela casi transparente, que permitía conservar los rasgos de las personas retratadas. El fondo y la ropa la pintaban con pinturas más densas. Por este procedimiento, las pequeñas fotografías que las familias guardaban en un cajón se transformaron en las primeras imágenes destacadas que muchas familias exhibieron en sus hogares.

En Salteños era visible el interés de la artista por dar cuenta de lo perecedero. Todo lo que se veía pertenecía a un mundo ido o en tránsito hacia la disolución. En Fotos al óleo ese clima se ha acentuado. Quizá esa acentuación se deba, más que a la carga mortuoria que tienen las viejas fotos que Blanco fue coleccionando, a los paisajes en las que las sitúa. Al principio trató de fotografiarlas en su lugar de origen: la pared del living o del dormitorio de una casa de familia. Pero lo que aparecía no la convenció. Cuando las sacó de su contexto “natural” y las puso en relación con un afuera (cementerio, jardín, campo labrado) las fotos al óleos cobraron otra dimensión.

En el contexto de una plantación o sobre la tierra removida de una tumba abierta, los viejos retratos anónimos –pintados por artesanos que muy posiblemente también estén muertos– cobran una nueva vida. Ya no es el entorno familiar el que los cobija y los enceguece (porque los transforma en mera decoración hogareña). A plena luz del día, en el desamparado baldío o entre el follaje de un cuidado jardín, las sonrisas congeladas de esas personas que desconocemos nos interrogan. ¿Quiénes son esos personajes? ¿Por qué todos ellos tienen un mismo aire de familia? Esa semejanza ¿es real o nace de la distancia con la cual miramos estas fotos? ¿Qué historia vivieron? ¿Sus vidas fueron conmovidas por deseos semejantes a los que ahora nos impulsan a nosotros? ¿Al igual que ellos, la única huella que dejaremos será una sonrisa perdida, flotando sobre la tierra húmeda de un plantío?

La fotografía fue pensada como un trabajo contra la muerte: el registro de un instante vital que se sustraía de la destrucción. Las fotos al óleo que muestra Florencia Blanco ponen en duda ese optimismo. Desde el momento en que fuimos retratados, ya la imagen es nuestra despedida.

Daniel Molina 2010